Siempre me han fascinado esas pequeñas máquinas que lo único que hacen es hacer girar varias agujas alrededor de sus caratulas.
Aunque no siempre son pequeñas: Las hay realmente grandes como la del reloj de la iglesia donde me llevaba mi mamá, allá en la Parroquia de San José en la ciudad de Valencia (Venezuela). Ese reloj ocupaba todo el piso alto de la torre.
Andando el tiempo, me permitía subir a la torre del reloj, el relojero que le daba cuerda a esa estupenda máquina por medio de una manivela.
Un buen día el relojero no estuvo y el vicario de la parroquia me mandó a llamar para preguntarme si sabría poner en hora dicho reloj. Por supuesto le dije que si y entonces me entregó la llave de la puerta que daba acceso al piso de la gran máquina. Recuerdo aquellos engranajes capaces de engullirse a cualquier distraído que se acercara demasiado.
El mecanismo funcionaba por medio de pesas que iban bajando controladas por un gran péndulo que poco a poco permitía que las cuerdas donde guindaban las pesas, se fueran desenrollando.
Demás está decir que en realidad nunca me había permitido el relojero que me acercara mucho, pero yo memorizaba todo lo que hacía dicho señor para mantener a punto el reloj.
Así que puse manos a la obra, aflojando aquí y allá grandes tuercas con una enorme llave. Al fin y para no alargar mucho el cuento, logré poner en hora el reloj y hacer que las campanadas correspondieran con lo que marcaran las agujas.
Por supuesto ese muchacho que era yo en aquel entonces, tendría unos 16 años, se convirtió en el encargado del reloj por muchos años.
Hola, como crítica constructiva te recomendaría que no escribieras en varios colores pues a la vista es un poco cansado y no se consigue una uniformidad en el modo de lectura, tus artículos tendrían un mayor alcance si no usarás tantos colores, ¡un saludo!
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